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lunes, 10 de febrero de 2014

La genética de la precisión

Vicente y Fernando Roscubas (1953)

Una obra fina, pulcra (conceptual y materialmente), autocrítica, sin concesiones ni auto-complacencias que atenten contra el compromiso de los autores con la estética que han explorado desde los años setenta, es lo que se puede apreciar en la obra de los artistas vascos los gemelos Roscubas, Vicente y Fernando (1953) que presenta por primera vez en México Casa Galería, proyecto cultural al sur de la ciudad que dirige el también artista plástico vasco Gorka Larrañaga.

Que me sirvan al atardecer es el título de la muestra que se inauguró el sábado 8 de febrero de 2014 en la que el público mexicano pudo comprobar lo que atinadamente ha declarado Xabier Sáenz de Gorbea, uno de los más importantes críticos de arte del País Vasco, según recaba el artículo de Fabiola Palapa Quijas, publicado en La Jornada el mismo día de la inauguración: “Los Roscubas desempeñaron un importante papel de formación, al convertirse en uno de los escasos referentes para las nuevas generaciones de la cercana facultad de Bellas Artes de Bilbao, ya que mediante prácticas muy diversas aunaron sucesivamente la distorsión expresionista, el rigor constructivo, la militancia conceptual y una actuación abierta a la nueva iconografía de masas en el País Vasco”.

Influencia que viene bien a nuestro país y al mundo entero donde el facilismo, la puntada, el chiste y la decoración han sitiado los espacios de distribución donde debería privar la discusión estética, como son los museos y las galerías. Este trabajo “a dos manos” incluye en su factura una dialéctica que abandona el íntimo y personalísimo –egoísta, quizás- proceso individual de creación para convertirlo en un proceso productivo casi de maquila, en el que con elementos y procesos industriales, los Roscubas logran resultados artesanales de alta calidad. La combinación y sobreimposición de imágenes mezcla del trabajo cibernético y la mano alzaa, no sólo en el diseño y la composición de la imagen, la cual resalta por distintas cualidades gráficas como el contraste, la transparencia, los planos y degradaciones de color, reflejos, pantallas y otros signos, ofrecen una consistencia discursiva aún en las diversas vetas que presentan, las cuales podrían parecer desarticuladas por lo diverso del soporte, sin embargo, se encuentran en unidad conceptual perfecta.

Totems

Las cinco esculturas de madera Totems, uno de dos metros de altura, los dieciocho acrílicos policromos, y los plegables mantienen un mismo DNA, y al mismo tiempo son tan distintos que cada uno expresa un pensamiento y una emoción singular. Los Totems, inspirados en una experiencia compartida en el continente Africano se forman por la sobre-imposición de lajas, podríamos decir, de madera. Cortes transversales a diferentes alturas sobre la línea vertical conforman las prominencias y hendiduras que habrán de delinear el perfil del rostro y cuello antropomorfo. La combinación de colores sugiere emociones particulares armónicas contenidas por la precisión de sus bordes, y el minucioso acabado de ebanista les da un toque final digno de cualquier escaparate.

Fabiola Gutiérrez en Casa Galería

Así como las eras geológicas quedan registradas en la roca de la montaña, estos tótems quedan también como un recordatorio o una sugerencia de que el rostro humano, la humanidad como especie, es resultado también de una genealogía milenaria, y que por muy distinta que sea, y por única e irrepetible que sea cada expresión, todas son la misma, a su vez.

Claudia López de Arte Duro en Casa Galería.


En los laboratorios científicos se pueden ver tubos de ensayo en los que se decantan las proteínas de los tejidos a través de centrifugados que marcan con colores las distintas densidades de sus componentes. Hay algo en estos tótems de genoma que los hace mágica y científicamente muy atractivos.

El trabajo de Vicente y Fernando Roscubas no muestra la soberbia que en general denuncia el artista contemporáneo. Al contrario, de manera inocente, juguetona y humilde mantiene un diálogo, a veces voluntario a veces no con la historia del arte. Y es curioso cómo a cien años de las vanguardias, Que me sirvan al atardecer reúne trabajos donde la técnica gráfica retoma el puntillismo, evoca al impresionismo, honra al dadaísmo y reinventa el expresionismo, dándoles no sólo un baño de tecnología a manera de tropicalización, sino que realmente sus piezas surgen de una incorporación metódica de las diversas escuelas y a esta hibridación que la conciencia contemporánea logra hacer para crear un original donde se pueda reconocer a su vez a Klee, a Kandinski a Miró e incluso se pueda jugar con una intertextualidad deliciosa donde en una pieza aparezca el Little black dress junto a una reproducción de un cuadro de Picasso, todo esto logrado a través de hojas plegadas a manera de persianas o acordeón donde previamente se ha impreso un patrón y se complementa con pincel la obra una vez ensamblada. Esta originalidad tan moderna acusa parentesco además, con el pop art, el op art y las técnicas gráficas utilizadas en publicidad, lo que la hace muy cercana al público masivo.

Vicente Roscubas y señora con Arte Duro. Foto: Laura Arlotti.

Una vez más, no sé si por karma o por destino Gorka Larrañaga da muestra de su sensibilidad hacia el trabajo colectivo y presenta otro esfuerzo donde el concierto de dos voluntades crea una nueva realidad que nos invita a pensar en los paradigmas autónomos que ha defendido el arte en los últimos años y quizás, a explorar otra forma de producir.

 José Manuel Ruiz Regil
Analista cultural.

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